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De igual modo que hemos descrito el interior de la isla procediendo hacia el Oeste, atenderemos seguidamente a la costa, haciendo rumbo en primer lugar hacia Sant Antoni.
Apenas abandonado el pueblo de Eivissa se ofrece a nuestra mirada una maravillosa panorámica de las Illes Plana, Grossa y de Botafoc, que a modo de perlas sueltas forman como un rosario que contribuye, si cabe aun más, a la belleza de la ciudad, que se aprecia en toda su hermosura, sobre todo desde el mar.
Tres son las cavernas que apreciamos, dos de ellas hasta con nombre propio: Cova de la Mar Loca una y Cova d’es Salt de s’Ase la otra. Parece que los pescadores no acertaron con nombre para la tercera.
Como por encantamiento y cual si quisieran romper la tersa superficie de las aguas para dar mayor variedad el escenario aparecen, en primer lugar la Illa Negra, de desnudos flancos rocosos, y luego otra, más pequeña, pero de aspecto muy parecido.
Suceden a estos islotes otros, como el que surge al pie del Puig d’es Molins, y como la pequeña islilla del Britjot, a la que siguen los tres Esculls de ses Selles y la cenicienta Illa de ses Rates, por detrás de la cual se extiende la arenosa Platja d’En Bossa o borde bañado por el mar del Pla de Ses Salines delimitado, allá en el horizonte, por una cadena montañosa de hermoso perfil.
Más adentro, en la mar, se encuentran los Daus, como dicen los pescadores, es Gros y Petit, a los que en nuestras perspectivas da fondo la llana y alargada Illa de S’Espardell y Formentera, esta ya desdibujada a los lejos entre mar y cielo. Sigue luego, más cerca de la costa, el oscuro Illot se s’Esponja que, erosionado cual se ofrece, diríase en efecto descomunal ejemplar de aquella especie que aflora al pronto en la superficie de las aguas.
Al sur, cerca de la playa se encuentra la casa del Carregador d’es Cavallet, y siguiendo la costa hacia el Mediodía vemos como las colinas van achatándose progresivamente hasta dar fin en una punta baja, que no es sino las tantas veces mencionada Punta de ses Portes, la más importante de toda la isla. Su parte posterior es arenosa y despoblada, mientras que en la orilla Este hay algunas casas que sirven de vivienda y almacén al guarda de la sal y que se conocen con el nombre de sa Revista. Por detrás de ellas, el promontorio se hace pedregoso y se recubre de sabinas; ocupa su extremo una torre redonda llamada Torre de ses Portes.
Apenas doblada la Punta de ses Portes se despliega al Oeste de Cap d’es Falcó toda la bahía de Ses Salines, donde los cerros que la enmarcan se presentan prácticamente desnudos de toda vegetación, fuera de algunos matorrales dispersos.
En lo sucesivo, en la costa Sur llana y monótona hasta el Cap Llentrisca, viéndose interrumpida en su uniformidad tan sólo por el saliente de la Punta d’es Porroig, que oculta una cala de poca importancia, en cuyo fondo, no obstante, se encuentra la ermita de Es Cubells, cuyas blancas paredes parecen saludar afablemente al navegante que la contempla desde mar adentro.
Surge ahora en toda su grandiosidad salvaje el imponente Cap Llentrisca, que el viajero marítimo ha tenido a la vista desde que doblara la Punta de ses Portes. La piedra calcárea blanquecina, de escarpadas vertientes, contribuye y no poco al efecto impresionante de ese promontorio de formas tan clásicas. Raso y dentado por los dos lados, forma tierra adentro una loma parcamente poblada de matorrales.
El Cap de Llentrisca constituye una especie de punto de separación entre el Sur y el Oeste de la costa ibicenca. Prosiguiendo hacia Occidente no se tarda en alcanzar el rojizo Cap d’es Jueu, también llamado Cap de l’Oliva, con su redonda Torre d’es Savinar; este saliente termina en una masa rocosa casi cuadrada, casi totalmente separada de la costa.
Archiduque Luis Salvador de Austria. Las Baleares por la palabra y el grabado. Primera parte: Las Antiguas Pitiusas. Ed. Sa Nostra, Caja de Baleares. Palma de Mallorca. 1.982.
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