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“¡Sobre todo respectad las flores, esas queridas flores! Admiradlas con la vista pero no las toquéis y recordad que habrá otros que vendrán después para admirarlas. ¿Qué placer se encuentra, por otra parte, cuando son cogidas? Se pudren y secan enseguida, simples momias para un herbario.
Sufro una profunda aversión por las flores cortadas. Parecen como cadáveres, a lo más útiles para algún estudio. Si todo el mundo se sintiera golpeado por mi pensamiento, las flores vivirían más tiempo para aumentar el gozo de sus admiradores.”
Archiduque Luis Salvador de Austria, Feuilles volantes d’Abazia, P. Ollendorf, Paris, 1887
Este pensamiento nos recuerda a la idea moderna del hombre encaminado a controlar el mundo y la naturaleza. Una naturaleza subordinada al capricho del hombre. Una estética efímera al coste de mermar una naturaleza cuyos tiempos de desarrollo son mucho más largos que el tiempo de destrucción que inflige el hombre.
Tuvimos sensaciones similares, aunque se tratara de geología, en las islas Lípari cuando comentábamos cuán diferentes eran los tiempos de explotación de los recursos naturales, y por lo tanto de su degradación, en comparación a los tiempos que la naturaleza necesita para crear aquello que destruimos casi instantáneamente.
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