"Llegamos así a la punta de Na Dent y a la cala inmediata de Na Gollar de desmoronadas paredes y anárquica estratificación. No lo es menos la del prominente Cap de Falcó, al que sigue la amplia cala En Tió, con sembrados en lo alto y peñascales blancos al pie. Queda limitada hacia el norte por el Morro de Galiana con escarpes calizos parecidos a los de la Mola pero más bajos y llanada superior hecha primero pinar y a continuación extenso labrantío. Dos grandes higueras en la boca de un abrupto barranco nos señalan el fondo de la cala Conills a continuación, con sendas barracas de pescadores a los lados y canteras de marés, hoy abandonadas, a la izquierda de la bocana en lo alto de un promontorio.
La isla de Pantaleu o Colomera se ofrece redondeada de esa parte, asaz terrosa, rica en zumaques y palmitos, con formaciones de caliza gris veteada en blanco, mientras que hacia el Freu de la Dragonera presenta abruptos cantiles.
Después de la punta que cierra por el norte la playa de Sant Telm aparece una pequeña cala con pinos bajos al fondo, uno promontorio aterrazado y una diminuta playa con la punta rocosa del Carregador des Guix, inmediata a una ancha cala con escarpes de tierra y casitas en la ladera interior, limitada por la punta Blanca.
Vamos a detenernos en la isla que queda enfrente de Sant Telm: la Dragonera.
La isla de la Dragonera, empinada y rocosa, dista aproximadamente una milla de la costa de Mallorca de la que la separa el estrecho o Freu que lleva su nombre. Mide 4 km. de longitud por 800 m. de ancho, cae suavemente al este y sur y se escarpa de forma abrupta hacia el norte y oeste.
El camino que conduce al faro asciende arriba de esas casas por el barranco, que salva luego por un puertecillo para seguir por la pina ladera orillado de zumaques. Contornea primero unos cortados y se dirige luego en busca del Freu, metido ya entre pinos, aunque la vegetación predominante siguen componiéndola los aromosos arbustos de romero.
(F.414bis)
El faro fue proyectado por el ingeniero Antonio López, quien dirigió asimismo la obra, iniciada el 8 de abril de 1851 y terminada el 31 de marzo de 1852. La parte inferior del edificio, totalmente separada de la superior por lo abrupto del terreno, está destinada a alojamiento de los servidores del faro, depósito de petróleo y cámara de limpieza; la superior acoge la vivienda del ingeniero y constituye la base de la torre que se eleva en su centro.
Ocho peldaños ascienden a la plataforma donde se encuentra una cisterna y brocal y desde donde se goza de una vista espléndida. Ocho peldaños más nos llevan a una segunda terraza que da origen a las dos alas del edificio y son 21, en fin, los escalones que salvar para llegar a la gran terraza desde la que se domina una perspectiva que alcanza hasta el mismo Cap Blanc amén, claro está, del gran promontorio de Andratx con la Mola, la costa norte y el Freu.
Vamos a rodear la Dragonera a continuación por su costa norte, singladura que iniciamos en la parte este.
El Cap de Tramuntana ofrece una imagen maravillosa de la costa septentrional de la isla de Mallorca. Damos seguidamente con un promontorio al que sigue una leve oquedad y al punto una serie de puntas con estratos ondulados en sentido horizontal. Al pie de la torre dl faro se encuentra la Cova des Vellmarí a la que siguen dos picos más entre los que se abre un cortado de verdes laderas llamado el cingle de la Ginebrera, y poco después una prominencia y al fin el conspicuo Cap Llebeig detrás de un cortado. La costa muestra ahora la imagen presente en nuestra xilografía: el enorme paredón del Cap Llebeig con una oquedad en medio y estratos regulares horizontales que después se hacen oblicuos hacia la parte que da a Mallorca. Anidan en estos altos numerosos halcones de color gris oscuro, indómitos señores de estos torturados riscos.
El Freu de Sa Dragonera por el que suelen pasar los vapores que se dirigen a Barcelona, salvo cuando la mar se hace brava con el temporal y amenazan desastres en sus bajíos, en cuyo caso rodean Dragonera por fuera, es por lo común muy ventoso y con oleaje notable si sopla del noreste. Por otra parte, es caladero abundante, de lo que dan fe no sólo los pescadores de Valldemossa y Andratx sino los incontables cormoranes y pardelas que a veces oscurecen las aguas de tan numerosos, en competencia con las gaviotas que anidan en Dragonera.
Volvamos de nuevo a la costa de Mallorca. La cala que sigue a la torre de cala En Basst, con 7 m. de hondo y tenedero de alga y roca, presenta laderas terrosas de color rojizo con algunos pinos entre los peñascos caídos, de los que sólo uno ha llegado a la mar, cuyos embates se hacen aquí patentes en el torturado peñascal. Sigue a cala en Basset el Cap Grosser con tres barrancadas en lo alto, la primera de las cuales nos permite divisar al fondo la Trapa rodeada de árboles.
Más adelante damos con el Puig Roig, rojizo también, muy abrupto en una parte y muy abierto en escarpado valle en la otra, donde es sucedido por la gran escotadura de l’Evangèlica en cuyo valle del fondo discurre el camino de Andratx a Estellencs. El paraje se suaviza un tanto gracias a los pinos de las laderas, aunque en dos lugares destaca el blanco terroso de sendos desmoronamientos, junto al segundo de los cuales se encuentra la cueva de Na Beneta con su venero de agua dulce. Con su collado poblado de olivos y bancales de labor surge a nuestra vista el promontorio de l’Evangèlica coronado por la torre redonda homónima, la primera de las que siembran la costa norte.
Numerosos pinos coronan las dos colinas que siguen, donde la ocasional erosión de la ladera muestra su estratificación horizontal y el rojo vivo de la tierra, que se reproduce en los bancos de conglomerado con estratos horizontales que componen las riberas del pequeño puerto de Estellencs que queda entre ambas. En la orilla del puerto un gran escarpado con rocas aisladas que recibe el nombre de Es Fondo d’En Virondell, adonde acuden las gentes a embarcar leña. Junto a una pronunciada punta hay un varadero. Hacia la mitad de esta costa baja y pedregosa hay una cabaña cerrada para guardar botes, con bóveda de marés y puerta enrejada, y a cierta distancia un nuevo varadero con espacio para dos embarcaciones. El vallecillo inmediato muestra sus pinas paredes laboriosamente trabajadas en bancales y ofrece una encantadora vista del pequeño asentamiento humano cual castillo medieval surgido en medio del olivar sito en lo más alto al pie del Puig de Galatzó.
Vemos ya las escarpadas paredes de la fantástica torre del Verger, una sucesión de viñedos y un roquedal mesetiforme con una caverna llena de estalactitas en el centro. Salvada la punta Des Canyaret, siguen tres promontorios de roca muy oscura y más formaciones mesetiformes de un conglomerado semejante a la piedra pómez al pie de los cuales aparece una conspicua oquedad sembrada de escollos. Aquí se encuentran los conocidos molinos de agua de Banyalbufar con sus célebres cascadas. A su izquierda hay una caleta donde los pescadores buscan abrigo para sus barcas, al lado de la pequeña playa de laderas blancas con cuatro varaderos y una caída de agua en el centro.
Después del Port del Calonge aparecen la abrupta barrancada de una torrentera y unos farallones donde se alternan las capas de color ora herrumbroso ora grisáceo con un corte vertical en el centro; la playa Des Corb Marí es el nombre que recibe la orilla pedregosa al pie. Al final de este acantilado se abre Sa Cova, de laderas en terrazas y ribera de cantos rodados; tres chozas de pescadores avivan la orilla y dos casas de labor atisban desde el fondo de un vallecillo. La costa vuelve a enmarcarse, cesan los labrantíos y las laderas empiezan a vestirse de maleza que llega hasta la orilla del mar.
El Port de Valldemossa, de orillas pedregosas y embarcadero rocoso con un escollo próximo muestra una playa a la izquierda. Ocho casitas de pescadores, una de esa parte de la playa y las otras siete más allá de la misma, se adosan a la pared rocosa, en la que ha sido practicado un varadero por donde pueden ser izados hasta siete u ocho botes por medio de polipastos, como se hace en invierno con la mayoría de embarcaciones del lugar. Algo más lejos queda otro varadero para dos botes junto a un cobertizo abovedado con gruesos muros encalados y piso de grava. Hasta doce son las embarcaciones normalmente surtas en el lugar, algunas construidas aquí mismo, pues de esa parte del torrente trabaja al abrigo de un porche techado con ramas de pino un maestro de ribera que suele construir un Llaüt cada año, cuadernas de pino, tracas de tablones y quilla de encina. Algo más arriba se encuentra la casa de mi propiedad construida por Antoni Moragues, con corral en torno, pequeño emparrado a la puerta y frente de tres ventanas.
Sigue al puerto la punta llamada de Ses Bases, luego la cueva Des Coloms y al lado el Canyaret, pequeño brollador junto a la orilla del mar, al pie de Font Figuera, exuberante pinar en lo alto y escarpes de conglomerado donde las laderas alternan los pinos con las encinas. Destacan en la cima las estribaciones de la montaña de Son Moragues. La línea costera traza una punta con escollo que vela justo delante de los viñedos de la Estaca distribuidos en innumerables bancales.
Se encuentra aquí el Caló (caleta) donde los pescadores varan sus barcas al abrigo del farallón, algunos Escars y cobertizos de pared seca y techumbre de pino, y algunas casitas, en número ya de 14, construidas con mi permiso. Un gran inconveniente representa una gran roca submarina en mitad del mismo Caló que hay que sortear con dificultad y sumo cuidado en días de temporal.
Sigue luego la casa del Guix desde la que parte el camino que he hecho construir al borde del mar hasta la Foradada y salvando luego cortados asciende a lo más alto de esa pequeña península. Se trata de una pintoresca roca, hito visible a gran distancia de mi refugio desde la mar. La Foradada Sa Bona (la buena horadada) la llaman los pescadores por ofrecer amparo momentáneo a las embarcaciones menores en esta costa huérfana de abrigos y castigada a veces por el temporal. Pueden anclarse en su parte oeste, guardados así de los vientos del este y del noreste, aunque no del norte, noroeste y poniente, con lo que la recalada sólo es aconsejable en verano y con buen tiempo.
En la orilla, Hacia el Guix, destacan por detrás de la Platjola (playuela) grandes bloque de piedra que al poco dan lugar a una profunda cueva con arena, Sa Cova de Sa Sal, donde en verano gusta uno reposar al fresco mientras acarician sus oídos los murmullos del mar. Siguen a esta cueva dos grandes peñascos, un abrupto cantil con piedras al pie y el profundo Coll que une La Foradada con la costa, donde arranca un camino de herradura que asciende a lo alto de Son Marroig.
Dejamos atrás esta punta cual espolón de acorazado y discurrimos a lo largo de una sucesión de cuevas grandes y pequeñas, negras cual boca de lobo unas o con hilillos de luz que se entretejen desde grietas y rendijas otras, algunas perfectamente accesibles con la embarcación Diríanse cúpulas góticas rodeadas de una corona de zoofitas y algas en las que la obstinada ola ha construido una escalinata para las Nereidas. ¡Con qué gusto yace uno aquí en verano contemplando desde su lecho de algas el fondo donde extienden sus brazos las actinias, se aferran las lapas y montan casa los erizos y las estrellas de mar! hasta que la voz de una foca curiosa, de mirada cálida y fija, le despierta del ensueño sin fin.
La torre de Deià o de la Pedrissa, construida en 1612, se yergue en un promontorio llano en la cumbre rodeada de chumberas, titímalos y pitas, estas colgando su enorme floración sobre el mar desde las abruptas rocas. Más al interior son la vid y la higuera las que dominan el paisaje salpicado aquí y allá de grandes pinos solitarios.
Arrancan desde aquí los cantiles de la cueva del Vell Marí que se prolongan hasta la pequeña escotadura de Cala Deià al fondo de la cual se divisa la iglesia en una cota elevada, al pie ya de las montañas circundantes. La cala, con su pequeña playa y rodeada de altos farallones, es de arena gruesa salpicada de guijarros que muchos usan con provecho para embellecer los senderos abiertos en zonas ajardinadas. Una vez más nos sorprende la belleza de la imagen en torno a la que destacan el Cap Gros y las escolleras que cierran la cala. A la derecha aparece un promontorio con la cueva Des Coloms, con su contralateral cueva Des Vell Marí, profundo agujero negro refugio de las focas que medran en estas aguas.
Al pie de la iglesia de Llucalcari se encuentra S’Escar de Can Simó al abrigo de una gran roca. Destacan en lo alto las montañas de Can Prom con laderas vestidas de pinar y cimas coronadas de olivos, y se abre al punto la ensenada del Fondal, asiento de la caña, y la cueva del Vell Marí junto al Pujol del Sol.
Una punta desnuda con un escollo delante, la punta Des Gall, precede a la abrupta y sombría oquedad de la cueva Des Carrer, lugar de encuentro favorito de las focas del lugar, a la que sigue una profunda caverna superior llamada la Seu cuya entrada aparece enmarcada de estalagmitas y guarda el nido de una de las numerosas águilas pescadoras existentes en esta parte de la costa. Unas singulares formaciones rocosas pilariformes con dosel horizontal cesan para dejar que los bancales de la moleta ricos en olivar formen una escotadura en una de cuyas paredes destaca la presencia de una cueva que en la distancia diríase gran portalón rectangular y que se conoce por el nombre de cueva Des Vi Blanc o Des Capellà, en la que puede entrarse fácilmente hasta con una embarcación de cierto porte y desde cuyo interior sólo puede verse la mar. Las oquedades del promontorio del Cap Gros presentan numerosos accidentes por la presencia de una multitud de estalagmitas, como ocurre con la Foradada. La espaciosa caverna que con pilar central y alta bóveda parece desdoblarse en dos recibe el nombre de la Falconera y cierra en el sentido de nuestro avance por medio de un prominente peñasco, inicio de un farallón muy accidentado que va perdiendo altura para formar la lomera magra en pinos dominada en última instancia por el faro.
Surge ahora a nuestra vista el puerto de Sóller con su estrecha bocana limitada por el Cap Gros, de una parte, y por la rocosa punta de la Creu y faro homónimo de la otra. La entrada desde el mar, con la barrera montañosa al fondo, nos hace sentir al punto la inminencia de un edén. La punta de La Creu recibe el nombre por la presencia de una oscura cruz de madera que los barcos de arribada o partida saludan indefectiblemente con gran recogimiento.
Entre los salientes del Cap Gros y de La Moleta surge una colina cuyas laderas ocupa el olivar en diferentes bancales bajo la mirada de un hoy abandonado molino de viento que queda algo más al interior. Aquí se encuentra el acceso al valle de Sóller atravesado por un torrente y conocido como Es Camp de la Mar, donde exuberantes florecen numerosos vergeles en torno a varias casitas.
A continuación la orilla se extiende pedregosa y ondulada a lo largo del abra por encima de la cual discurre la elevada carretera al borde de las plantaciones de olivos.
Destaca al fondo la iglesia de Sant Ramon de Penyafort y más allá el Moló que muestra todavía la piedra que en su día facilitara el embarque al santo. Al final del muelle se alza escalonadamente las amarillas casitas rectangulares de Sanidad, y por encima de aquel nacen dos caminos, uno que se dirige a Santa Catalina y el otro, en excelente estado, al faro que en la punta de Sa Creu se yergue en una ladera poblada de pinos que acoge también una pequeña batería con casitas varias y la casa rectangular con frente de dos ventanas donde viven los vigilantes de Aduanas."
Archiduque Luis Salvador de Austria. Las Baleares por la palabra y el grabado. Mallorca: La isla. Ed. Sa Nostra, Caja de Baleares. Palma de Mallorca. 1.982.
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