"En una pequeña llanada bordeada de suaves colinas, no lejos de los Esculls d’Artà a modo de telón de fondo, se encuentra Sant Llorenç con sus huertecillos de chumberas y granados. Esta localidad distante 10,9 km. de Manacor, cuenta con 1.869 habitantes y 200 casas, 1 de ellas de tres plantas, 62 de dos y las demás de una sola, pequeñas moradas grises con tejado en su mayoría a dos aguas y lastrado con piedras, con arco de medio punto o escarzano a la entrada, ventanucos con angosto alféizar los más, y estaca, que no la anilla de hierro habitual, empotrada en la fachada principal para sujetar a las bestias de carga.
El templo muestra un pequeño rosetón, un portal poco agraciado y una torre en la parte izquierda, que se eleva 101,62 m. sobre el nivel del mar, y es de factura semejante a la de Santa Creu de Palma, aunque algo más sencilla. El interior se configura como bóveda de cañón con capilla mayor que se angosta en profundidad y cuatro capiteles (capillas ¿?) laterales, la segunda de la izquierda a modo de rotonda cupulada. Encima de la entrada principal hay una galería, a la derecha una capilla y a la izquierda una escalera y la pila de Bautismo. No lejos hay una fábrica de cerámica, y más adelante un molino de viento. Dejamos el lugar por un bosquecillo de pinos y encinas en busca de un collado que nos franquea el paso de las montañas. El camino serpentea en suave ascenso por el collado de los Esculls d’Artà, huérfano de cultivo pero rico en brezos, lentiscos y otras arbustivas que apenas hacen lugar a algún que otro pino aislado.
Montaña abajo progresa el camino ahora por una llanada orillada de altos poblados de lentisco y palmito.
Avanzamos seguidamente por un gran bosque de encinas y pinos perteneciente al marqués de Dameto, mientras que a la izquierda se columbra la casa de Possessió de Bellpuig, título que lleva aquel. La casa, a la que lleva un camino bien practicable, propicia la ocasión de detenernos en mérito de su interés histórico.
La vieja iglesia de Bellpuig ha sido convertida hoy en casa de campo habiéndosele añadido una nueva planta. Perviven en la fachada principal la torrecilla del campanario y un rosetón, y en cada lado tres contrafuertes. La bóveda es dividida por tres arcos separados por tres apuntadas cimeras cuneiformes. En la planta baja hay tres arcos más sobre masivas pilastras con capiteles sencillos conformados por dos medias cañas románicas en forma de cruz. En el lateral derecho abra al exterior un arco de medio punto a modo de entrada principal, mientras que en el opuesto, entre las columnas segunda y tercera, es un portal de igual factura pero más pequeño el que facilita un acceso adicional.
De nuevo en la carretera principal seguimos camino entre fresales y brezos, gozando al tiempo de una hermosa vista de Artà con su colina fortificada de Sant Salvador.
Con 4.206 habitantes, Artà es una de las localidades más alegres de la isla. Yace en mitad de un verdeante valle rico en agua y rodeado de huertas y colinas boscosas. Las casas, 1.167 en número, de las cuales 55 se encuentran deshabitadas, 18 son de dos plantas y las restantes de una sola, son en su mayoría pequeñas, con portal en arco de medio punto y ventanucos dotados de alféizar; las hay también más modernas, como las Posades de palmesanos acomodados, escudo de armas sobre la puerta y dintel de mármol veteado en negro extraído de las canteras locales. Una de las más grandes es la de Fuster, el propietario de Son Jaumell, sita en la plaza mayor del lugar.
En las tantas veces citada bula del Papa Inocencio IV del año 1248 es nombrada ya la parroquia de Artà con el nombre de Santa María d’Artà, hoy puesta bajo la advocación de la Transfiguración del Señor. Presenta en cada lado ocho contrafuertes unidos por arcos de medio punto con ventanales góticos y adorna la modesta fachada principal inconclusa un rosetón. En la parte trasera se alza una torre de planta rectangular cubierta, con dos hileras de ventanas ojivales en el lado más largo y una en el más corto. El interior es de factura gótica, con nave única y ocho columnas cuyos capiteles muestran ornamentaciones poco agraciadas con motivos foliáceos descendentes. Seis arcos ojivales sostienen la bóveda en la que las nervaduras de ellos arrancadas se entrecruzan en lo alto de manera simple. En los lados se abren cinco capillas góticas cuyas nervaduras se entrecruzan asimismo de manera simple en lo alto; la segunda capilla de la izquierda es tomada por una entrada lateral a la que lleva un tramo escalonado, y en su parte superior por el órgano.
Un ancho y bien pavimentado camino escalonado de más de 180 escalones asciende suavemente desde el portal mismo de la iglesia de Artà hacia Sant Salvador, donde se alza la vieja iglesia homónima en un recinto flanqueado de torres redondas. En el peñascal donde asienta el castillo se abre una gran cueva cuya entrada guardan innumerables cactus. Dentro del recinto fuertemente amurallado que según la tradición acogía a las gentes de Artà inaptas para el combate cuando se producía alguna incursión de piratas moros.
La iglesia de Sant Salvador tiene planta de cruz latina en la que cuatro columnas jónicas sostienen en las esquinas los arcos confluyentes de los brazos de la cruz y de la nave principal en lo alto de cuyo crucero se eleva una cúpula ovalada. Desde la terraza de balaustres sin pulir donde se encuentra el pozo se ofrece una vasta perspectiva de Artà, con la iglesia del Convent y los renegridos tejados de las casas, de la llanura toda, salpicada aquí y allá de molinos de viento, del cerro del Cap Vermell con sus dos torres doliformes y de la inmensa mar apenas columbrada al final del valle.
El viejo castillo es de planta irregular y construcción de la que apenas se tienen en pie los paramentos flanqueados por seis torres, la proximal cuadrangular y las restantes redondas. El castillo alcanza su máxima elevación junto a la segunda de las torres redondas por detrás de la iglesia parroquial y mengua gradualmente en altura en dirección este.
De gran interés son los túmulos (Talaiots o Clapers de Gegants como se les llama en Mallorca) existentes en las cercanías de Artà. Los mejor conservados se encuentran en Ses Païses dels Olors, del señor Pedro Font, muy próximas a Artà por su parte sur, en medio de un bosque de encinas, donde grandes piedras definen un círculo cuya entrada forman tres majestuosos bloques que dejan una abertura de casi un metro de alto por un metro de ancho, ocluida por su parte interior. La muralla pétrea, con fondo de tres metros, discurre pues en forma de círculo en torno a viejísimas encinas y presenta hacia el sureste otro portal afianzado en ambos lados por grandes piedras. En el interior se encuentra una especie de cámara formada por losas horizontales que dejan dos aberturas y debajo de las cuales pueden verse numerosos fragmentos óseos. La puerta que describe nuestra xilografía mide 130 cm. de alto por 180 de ancho, mientras que las aberturas laterales del interior alcanzan una anchura d 60 cm. El piso de la cámara aparece pavimentado y a su izquierda hay muchas piedras amontonadas hasta una altura de dos hombres.
Pero hay más Talaiots en Artà. El Claper que se encuentra por detrás del último molino aparece ya muy destruido, en parte ocupado por chumberas, y muy próximo a la casa de Pujol, es decir, a la derecha de la carretera que se dirige a Canyamel. También este parece calcinado en su interior. En cambio, el que corona la cumbre del Pujol de la parte que da a Capdepera, se halla mucho mejor conservado, posee una segunda pared interior y por fuera queda rodeado de palmitos y pequeñas encinas. Desde aquí es muy hermosa la vista que se ofrece de los tres cortes de los Colls de Artà, Canyamel y Capdepera, del valle dels Olors y del promontorio del Cap de Ferrutx, así como de la vecina Artà con su pintoresco castillo, vista que justifica sobradamente la ascensión. Frente a los Pujols se encuentra una explotación de yeso, pero este es de color muy oscuro. También en s’Heretat hay un pequeño Talaiot, y son dos los que coronan sendas colinas en dirección al mar; otros dos, el de Pula y el de Son Jordi, aparecen de la parte de Son Servera.
E punto de máxima atracción de Artà es sin duda su célebre gruta. El camino que lleva a Sa Cova d’Artà discurre al pie del pintoresco cerro de San Salvador y dejando a la izquierda el que conduce a Capdepera gira levemente a la derecha para bordear unos altos poblados de pinos con algunos huertecillos de chumberas.
El paraje se llama Cova de s’Hermita, popularmente Cova d’Artà, aunque se encuentra en el término de Capdepera al que pertenece la finca s’Heretat que la contiene. Señalemos de paso que Capdepera era en otros tiempos un lugar dependiente del municipio de Artà.
Es impresionante la entrada domiforme de la gruta, a la que asciende la escalera antedicha, de 45 escalones. Una gran bóveda ojival conforma pues la entrada, marco a su vez de una extraordinaria vista de la mar y de las primeras estribaciones de la precordillera del litoral, a la izquierda, incesantemente sobrevolada por innumerables cormoranes.
Orillados de impresionantes estalactitas llegamos así a la primera sala, donde una nueva escalera la comunica con la segunda, con impresionantes columnas, un bosque de estalagmitas y una elevada bóveda cupuliforme con columna central. Los diferentes puntos de la cueva llevan nombres de fruto de la fantasía de los visitantes; así un angosto corredor se conoce como Quarto de ses Criades (Cuarto de las criadas), y otros lugares constan en parla común como Infern (Infierno), cabeza de gaviota, cancela, león y ciprés. Y al cabo de un tramo ascendente, damos con la obra más fina de Mallorca, el Belén, la balaustrada de la Font del Baptisme, el Teatro y el bosque de estalactitas de la Audiencia, esta con numerosos puntos de onomástica no menos rica, con su reclinatorio y bandera en lo alto, con el órgano y dos banderas más. Sigue a la derecha una formación cónica que por su brillo se conoce como Sa Pedra de Plata, y al poco dos pequeñas cámaras pletóricas de estalactitas cual osamenta de un gigantesco animal. Una angosta senda permite ahora el descenso a una oquedad, sin más salida, de alta bóveda sobre numerosas estalactitas pilariformes. A la altura de Sa Pedra de Plata se tuerce a la izquierda para acceder a una vasta sala, también sin salida, de estalactitas que diríanse descomunal campo de coliflores. Viene a continuación otra cámara, de menores dimensiones, antesala de otra muy grande sembrada de enormes pilastras arboriformes. Hay aquí una especie de bóveda muy apuntada y casi desprovista de estalactitas que se conoce con el nombre de Iglesia. Por una escalera se alcanza una enorme sala cuya bóveda sostiene una sola columna muy voluminosa; admirables son las paredes cuajadas de estalactitas y las grandes pilastras turriformes. Contigua a esta se encuentra otra cámara en cuyas paredes se disponen las estalactitas cual conos proyectados hacia el interior, y girando a la izquierda, otra sala con pilares a modo de descomunales coliflores y el piso poblado de ennegrecidas estalagmitas que diríanse descomunales fresas.
Hacia la mitad del valle en el que hemos penetrado para visitar la Cova y que se nos revela poblado de hermosas y orondas encinas se encuentra, como ya hemos señalado con anterioridad, la vieja y pintoresca torre de Canyamel. No se sabe con certeza cuando fue erigida la Torre de Canyamel, aunque todo parece indicar que data de mitad del siglo XV, construida quizás sobre los restos de una más antigua. Se cree que fue hacia ese tiempo cuando fue introducido en el lugar el cultivo de caña de azúcar (Canyamel).
La torre de Canyamel es una construcción cuadrangular con troneras sostenidas por un montante central y dos piedras angulares que sobresalen de sus esquinas; otros montantes sobresalen también en sus lados. Presenta una puerta en arco de medio punto, que se reproduce a escala menor en las ventanas, una pequeña cámara abovedada y una sala con tres puertas en arco. De hecho son tres las salas adyacentes. Una escalera de caracol asciende a la planta superior, en la que se encuentra otras estancias que abren a la terraza, en parte aún conservada, y que permitía el acceso a las diferentes torretas y aspilleras. Una torrecilla, otrora también con terraza, se alza en el centro de aquella; una y otra han sido actualmente techadas. A lo largo del perímetro de la primera terraza discurre una sucesión de almenas arromadas en su parte superior, mientras que las inmediatas a la torrecilla cimera rematan piramidalmente."
Archiduque Luis Salvador de Austria. Las Baleares por la palabra y el grabado. Mallorca: La isla. Ed. Sa Nostra, Caja de Baleares. Palma de Mallorca. 1.982.
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