Entre Valldemossa y Deià (6)

"Los altos del Teix son en su mayoría rocosos y desprovistos de árboles, aunque profusamente cubiertos de Càrritx, que es vendido en Sóller. Las paredes se engalanan de extensos mantos de hiedra que en la distancia ponen una nota de colorido y frescor. También el boj (Buxus baleárica) y el tejo (Taxus baccata) han hallado acomodo en esas alturas.

El camino que desciende al Port ya no pasa actualmente por la mencionada barrera sino, más a la derecha, por donde ha sido abierto ya con barrenos el nuevo acceso, en proyecto, hasta la misma línea de costa.

El valle, de escarpadas paredes montañosas al fondo, forma una cerrada cárcava atravesada por el Torrent de Valldemossa que en este lugar recibe el nombre de Torrent des Lli. Y si en la parte izquierda del valle se nos ofrece el verde Salt de Son Olesa, siguen a este unos escarpados farallones a cuyos pies medran vigorosas higueras, más allá de las cuales y a la derecha destaca un promontorio parcialmente laboreado en bancales. El camino que con sinuoso curso avanza por el terreno ahora ondulado, aquí y allá salpicado de pinos y luego orillado de grandes piedras rojas sembradas de mica, recibe el nombre de Camí dels Horts. Ciertamente hermosa es la vista que ofrece este valle rodeado de altas paredes rocosas desde el Pla del Rei hasta Son Olesa, con bancales arduamente trabajados en su parte inferior, reidoras fuentes por doquier, y chopos, higueras y cañas como ornato de su fondo, mientras que sólo monte abajo y algún se aventuran en sus laderas.

En total son nueve las casitas presentes en el Port. La más grande es la mía, otrora construída por el Sr. Antoni Moragues para contar con un alojamiento cerca del mar con ocasión de sus cruceros de recreo o pesca. No lejos se divida una era. Las otras ocho casitas pertenecen a pescadores.

Antes de entrar en detalles sobre Miramar, atendremos brevemente a su historia.

Hacia finales del año 1276 fundó Jaume II en el lugar ya conocido con el nombre de Miramar y a instancias de su senescal Ramón Llull, un colegio donde impartir la enseñanza de las lenguas orientales, en particular el árabe. Y así fue como bajo la dirección de Llull fueron aleccionados 12 monjes minoristas instalados en el lugar en las artes y medios con que poderse dedicar a la conversión de infieles.

La casa de Miramar es hoy, como ya hemos indicado, una cuarta parte de lo que fue su antigua fábrica, con patio interior y galería porticada en torno. Todo eso ha desaparecido ya y yo apenas si pude dar con cuatro columnas del antiguo patio claustral, una en el establo, otra en la cocina a modo de puntal de refuerzo, y las otras dos bajo tierra. Hoy dan soporte al emparrado de una pérgola en el portal trasero de la casa que da acceso al jardín. Se trata de cuatro fustes de columnas adosados, de Pedra de Santanyí, con capiteles sencillamente acanalados y pedestal más amplio. Por la esquina sur de la casa prosiguen ora por debajo de tierra ora a la vista los gastados muros basamentales del viejo edificio.

La casa actual es una construcción sencilla con cubierta a dos aguas, revoco basto y torre cuadrangular en la esquina septentrional, con terraza superior que ofrece una muy vasta panorámica de todo el entorno. En la planta baja se encuentran dos grandes salones con azulejos en las paredes; uno de ellos, antaño sala de baile, encierra una vieja Pica que recogía las aguas de la fuente.

De la antigua iglesia no queda sino la capilla lateral que estaba dedicada al Santo Cristo, mientras que la contralateral, hoy todavía existente, era de la Mare de Déu del Bon Port. Frente a ella ha sido construido hoy un pequeño pórtico con terraza y cancela, coronado por una campana. Esta, antigua, lleva la inscripción: “Benedictus sit locus iste”. El crucero gótico de la capilla, como el altar y la decoración son nuevos; sólo es antigua el ara de la Trinidad, que al parecer data del siglo XV. A sus lados se encuentran dos cuadros de Steinle que presentan a los santos locales, el Fundador Ramón Llull y la Beata Catalina Tomàs.

Todo el territorio de Miramar, donde bosque y sembradíos se entremezclan sin solución de continuidad, aparece atravesado por multitud de caminos y queda transformado en una especie de parque natural. Titímalos arbóreos (Euphorbia dendroides), lentiscos y acebuches coronan esos altos y orillan sus estribaciones hasta la Torre del Moro, de masiva base en forma de talud y poderosa cornisa de defensa que guarda un elevado huerto, tomado por completo y de la manera más hermosamente anárquica por toda clase de árboles y arbustos silvestres, desde el Taxus baccata y Hacer opalus de las cumbres más altas hasta el tamarisco y la sivina de las bajas orillas marismeñas, entremezclados con el oro de la Estepa Joana (Hypericum balearicum) y el fusco verde del boj (Buxus baleárica), pespunteado por abigarrados ramos asidos a las rocas de la costanera y roto por el explosivo cromatismo de los jaguarzos y jarras.

A través de un frondoso pinar y entre paredes tapizadas de rosales, salva luego un imponente encinar el camino que lleva desde la Torre del Moro a la capilla entre rocas del Santo Ramón Llull. Su piedra fundacional fue colocada el 21 de enero de 1877 con ocasión del sexto centenario de la existencia de Miramar, piedra traída de Bujía, cuyo suelo regó el gran filósofo y fundador de Miramar con la sangre del martirio, y la que fue añadida otra procedente de San Francisco en memoria del piadoso Fray Junípero Serra, fundador de la gran metrópoli a orillas del océano pacífico. Se trata de una sencilla rotonda románica con camino perimetral y barandilla de hierro desde la que se goza de una completa y encantadora panorámica del entorno.

Desde la capilla se abren al caminante vías en todos los puntos cardinales.

Nos detenemos un tiempo en el mirador Des Miradors, así llamado porque desde él se contemplan muchos de los accidentes más señalados de Miramar.

En mitad del valle tuerce el camino hacia el mar, pasando por otro mirador, llamado del Pi Sec, torrecilla con cornisa en lo alto, desde la que desciende a continuación describiendo varias curvas antes de unirse en la Platja des Guix con la carretera que, de una parte, asciende en dirección a la Estaca por un hermoso bosque de pinos y encinas flanqueada aquí y allá de palmeras, y de la otra discurre a lo largo de la costa hasta la península de Na Foradada.

Una senda abierta en parte con barrenos en  mitad de la pared rocosa asciende seguidamente de forma escalonada hasta una torrecilla llamada Es Mirador Nou, en lo alto de un cerro muy frondoso.

Una trocha abierta en la espesura comunica este mirador con el camino principal de los viñedos, el Camí de Sa Marina que desde la carretera desciende a l’Estaca describiendo numerosas curvas por las pendientes de un valle muy abrupto y frondoso. Se nos ofrece aquí un mundo totalmente distinto, pues dada la gran diferencia de nivel, el entorno es mucho más cálido y la vegetación arbustiva mucho más exuberante. Grandes lentiscos y aladiernas ocupan extensas superficies entremezclándose con viejos pinos de torturado tronco y densas formaciones de encinas, mientras que los viñedos productores de exquisitos malvasías y moscateles presentan sus ordenadas hileras en los numerosos bancales allanados en las pendientes.

El edificio fue construido por mí en el año 1878 al estilo siciliano. Presenta una gran terraza delantera con emparrado sostenido por pilares cilíndricos de color blanco y dos más en la planta primera. Todas las estancias tienen un techo abovedado de marés, llevado primeramente en barcas hasta Ee Guix y seguidamente a lomos de acémila hasta el lugar de la obra. La bodega o Celler es subterránea y a ella desciende una ancha escalera desde el centro del zaguán, flanqueado a su vez por dos cisternas, una que recoge las aguas potables para el consumo, y la otra con otros fines. La situación es única: por doquier viñedos cuyo refrescante verde uniforme interrumpe aquí y allá el fusco de los algarrobos intercalados; la casa en lo alto y dominándola un bancal de palmeras; hacia el este Na Foradada cual esfinge natural; al oeste la punta de s’Aliga; al sur las abruptas laderas boscosas y, como de nido de águilas el mirador de Ses Pites; y al norte la mar sin límites.

Si buscamos desde la fuente de Miramar el camino del bosque, al poco damos con un umbroso valle dividido en terrazas con paredes cubiertas de hiedra y suelo poblado de árboles frutales en el que se alzan tres casitas y no lejos de unos gigantescos nogales brotan las límpidas aguas de la fuente del Beat Ramon, la mejor del lugar, de cuyo caudal se surten dos Safareigs. Algo más arriba serpentea la senda que conduce a la Cova del Beat Ramon, diminuta oquedad en las rocas junto a añosos pinos carrascos en la que se encuentra un relieve del santo que le representa poniendo sus obras a los pies de la Virgen María y El Niño y se lee la fecha de 1525. Según la vieja tradición, ahí es donde gustaba recluirse el santo para escribir su obra y orar. Una cruz de madera en lo alto hace divisable el lugar desde la distancia.

La ermita se alza en un lugar poblado de cipreses; una puerta rectangular con voladizo coronado popr una cruz sobre base cónica, a cuyos lados se elevan otras dos de hierro con pedestal triangular, forma la entrada. Al tañido de una campana con cuerda que da fin en un asidor de madera sucede al poco una apagada voz desde el interior: “Ave María puríssima”. “Sens pecat concebuda” es la respuesta que nos franquea la entrada. La entrada aparece adornada con todo tipo de cerámicas y pinturas fantásticamente representativas del infierno, del demonio, de Sant Antoni y aún del Pare Mir, en retrato que lo representa ya anciano y con barba gris en su hábito de monje y que antes se conservaba en la iglesia de Miramar. Desde aquí llevan unos escalones al patio interior cuidadosamente pavimentado, en cuya parte izquierda se encuentra un pozo que suministra agua excelente y en el que aparece la inscripción Jesús María y la fecha de 1713. A él queda adosada la iglesia, con puerta cuadrangular, rosetón, sencillo campanario  y revoque cuyas juntas aparecen rellenas de piedrecillas. El modesto interior presenta una bóveda doble y tres anticuados altares, el mayor dedicado a la Santísima Trinidad con una mala imitación del cuadro que se conserva en Miramar y una estatua de la Concepción de María y otros dos en sendos lados.

A la izquierda de la entrada principal se encuentra la vieja ermita con dos lechos, hoy usada como hospedería de pernocta y más adelante, a la derecha, una vieja capilla, el establo y los talleres donde los ermitaños desempeñan sus diversos trabajos manuales.

Vale la pena visitar la cumbre más alta de Miramar, la Talaia Vella. Hay un paso que en las inmediaciones del Penyal Blanc salva cima tras cima los altos de la vieja ermita, pero hoy no es practicable sino por los pastores más ágiles; en cambio podemos tomar un buen camino de herradura directamente desde Son Moragues. A medida que se asciende aumenta la belleza de la panorámica del entorno, con el valle de Valldemossa en verde esmeralda y la ancha llanada.

De las dos cumbres de la Talaia Vella la más alta es la que queda hacia el oeste y en ella se encuentra aún el hito geodésico a 868,56 m. sobre el nivel del mar

 

 

Son Marroig o Son Mas Roig de la Foradada, como aparece en antiguos documentos, es la casa con mejor situación de Mallorca. Na Foradada, que creíamos directamente por debajo de Miramar, surge con toda su salvaje belleza justo a nuestros pies. La casa de Son Marroig, a la que desde la carretera lleva un camino con dos viales, es bastante antigua, como testimonian los arcos ojivales del zaguán de la entrada, una ventana renacentista en el pequeño patio y la poderosa torre rectangular. Según la tradición, aquí vivió la última mujer de Deià secuestrada por los moros; el entorno y algo de fantasía hacen fácil imaginarse a la pobre víctima encadenada.

Lo m´s hermoso de Son Marroig es sin duda su mirador, en el que se alza un elegante templete jónico de blanco mármol de Carrara con excelentes vistas del ondulado paisaje de Miramar, la casa propiamente dicha, la hospedería, Son Gallard con el valle del Estret hasta los altos de Son Rullan y los cerros vecinos del Castellàs con sus rojizos cortados. Con todo el mayor prodigio se da en la parte del mar infinitamente azul, limitado al oeste por la punta de s’Àliga y el mellado perfil de la Dragonera sobre los que Na Foradada parece reinar como dueña y señora.

Descendemos desde el mirador entre rocas ornadas de pitas y chumberas a la sombra de viejos algarrobos y olivos, y alcanzamos el mirador de Na Foradada, extensión natural al borde del peñascal, con cuidadosamente elaborados bancos en torno a una sólida mesa dispuesta sobre el torturado tronco de un viejo olivo. Más hermosa aún diríase la fascinante Foradada vista desde aquí en su totalidad.

Entre las abruptas paredes de un salvaje barranco de cuyas grietas surgen acebuches y lentiscos junto a los titímalos desciende el camino hacia Na Foradada.

La mejor excursión que cabe emprender desde Son Marroig es al vecino Castellàs, a la que lleva un buen camino de herradura. La colina viste su base con olivos, algarrobos y algún que otro pino carrasco, y su cumbre con encinas y pinos marítimos; la llanada alberga jóvenes olivos injertados. Nos encontramos en uno de los oteros privilegiados de la isla, con una gran panorámica de la totalidad de costa al norte de la Dragonera hasta la Torre Picada de Sóller y, a los pies, la risueña ensenada de Miramar y todo el valle de Deià. El conjunto compone imagen cual no cabe imaginar, a la que presta noble fondo la mar sin límites. Una pequeña cueva en los escarpados rojizos que quedan de la parte oeste recibe el nombre de Sa Cova des Morts."

Archiduque Luis Salvador de Austria. Las Baleares por la palabra y el grabado. Mallorca: La isla. Ed. Sa Nostra, Caja de Baleares. Palma de Mallorca. 1.982.

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