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Desde las estribaciones septentrionales de los terrenos pantanosos de las salinas se llega en poco tiempo a la ermita de Es Cubells próxima al Cap Llentrisca.
A la derecha, no lejos de una alquería, se encuentra la Torre d’en Joan Joanet, y algo más allá la de Pere Ric, coronando esta última una pequeña elevación poblada de olivos, en mitad de los cuales destaca la presencia luminosa de una blanca casa de Payés. Al fondo, más colinas, de cimas arromadas en forma de cúpula.
Tras un breve trecho por entre oteros varios y sobre un terreno escabroso y de color amarillento, poblado en su mayor parte de sabinas, lentiscos y algunos algarrobos, para dirigirnos a Es Cubells hemos de abandonar nuevamente el camino de Sant Josep y torcer hacia el Suroeste por un valle muy abrupto con abundante vegetación de algarrobos, olivos y frondísimas higueras.
En la parte más exterior de la desembocadura de dicha vaguada se encuentra la iglesia de Es Cubells, puesta bajo la advocación de la Santa Virgen. Se trata de una edificación sobria y muy parecida a todas las de su clase, con sus tres capillas en arco de medio punto a cada lado del interior de la nave principal, todavía por techar. La capilla del altar mayor, ya en su uso, queda cerrada por una verja de madera.
Muy sola y aislada se nos antoja la iglesia de es Cubells, a la que sólo acompaña, algo más arriba, una mísera casucha de color gris. Sin embargo, el emplazamiento es verdaderamente maravilloso y ofrece una panorámica encantadora de la bastedad del luminoso mar ala que únicamente parece enfrentarse una abrupta pendiente rocosa cuya base mantiene una lucha sempiterna con las olas. Vemos a lo lejos la isla de Formentera, y a la vista aguda no pueden escapársele tampoco los perfiles de los escollos y bajíos que la preceden.
Desde la iglesia baja serpenteando un sendero entre rocas blancas para llegar hasta la ermita propiamente dicha. Una vegetación abundante augura la proximidad de un hábitat lleno de paz y de selecto emplazamiento. En la pendiente configurada en terrazas crecen hermosos naranjos, granados, higueras y otros árboles frutales, entre los que hay sitio aún para las calabazas, la col y otras hortalizas, amén de flores que aroman la brisa marina que se filtra a través de los cañaverales. La casita del ermitaño queda prácticamente oculta entre los naranjos y las numerosas parras que trepan por la pequeña veranda. Contrasta desde aquí el hermoso verde de las ramas de los árboles profundamente cargados de fruto, el azul del anchuroso mar y el contorno rígido y oscuro del Puig d’en Serra con el cercano Cap Llentrisca.
Archiduque Luis Salvador de Austria. Las Baleares por la palabra y el grabado. Primera parte: Las Antiguas Pitiusas. Ed. Sa Nostra, Caja de Baleares. Palma de Mallorca. 1.982.
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