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"Los mallorquines suelen tener un carácter más afable y tranquilo que los ibicencos. Hombres y mujeres se distinguen por su manera de ser alegre, abierta y comunicativa. Son respetuosos con sus superiores y saben mostrarse agradecidos por los favores recibidos. Su innata bonhomía los hace solidarios del prójimo menos afortunado. Se los tiene por amigos fieles, y el amor por sus mujeres e hijos se manifiesta a veces de un modo hasta exagerado. Como todos los habitantes de las Baleares, se distinguen por su hospitalidad; y esta virtud no sólo se observa entre los campesinos sino también entre las gentes de las capas sociales más elevadas. Todo forastero, aun siendo un perfecto desconocido, representa para ellos un invitado bien recibido al que no se cansarían de colmar de atenciones. Así, hacen lo indecible por agasajarlo, y diríase cuestión de honor el obsequiarle y enseñarle las bellezas de la isla o de la ciudad de residencia. No exagero en absoluto cuando afirmo que cualquier forastero podría recorrer la totalidad de la isla sin poner pie en fonda alguna, ya que encontraría cordial hospitalidad y acogida tanto en la lujosa finca de un Grande de España como en el pobre cobertizo de un campesino de la Sierra.
Esta diferencia para con el forastero, este deseo de mostrarle los milagros de la isla tiene que ver en parte con otro rasgo no menos característico del mallorquín: el amor que siente por su patria chica. Esta profunda identificación con l terruño, que se manifiesta mucho más ferviente en los isleños que ene los habitantes de la península es, si cabe, mucho más acentuado aun entre los mallorquines que en otros isleños, y si por razón u otra se han visto obligados a abandonar su querida isla, sufren extraordinariamente de nostalgia, de lo que ellos llaman "mal d'enyorança". La población en que nacieron, la casa en que fueron criados, los campos otrora escenario de sus juegos, el cielo, los árboles, las costumbres, todo lo que entraña la isla se les antoja lo mejor y más bello del mundo. Fuera de la isla lo echan en falta, lo "enyoren", como dicen ellos en su lengua, y todo su afan hace converger hacia un único pensamiento: el de volver a la isla, aunque hayan pasado años o decenios desde el día de su partida. Constantemente añoran su hermosa isla, que con toda ternura recibe de sus bocas el nombre de "Sa Roqueta".
Los mallorquines carecen de ese carácter fogoso tan típico de otros pueblos del sur; pero se distinguen por su buen sentido común, que aflora en las ocasiones más variadas, y por su buena dosis de ingenuidad, características que confieren un tenor serio y un tanto infantil a la vez, extremadamente atractivo y hasta conmovedor a los ojos del foráneo."
Archiduque Luis Salvador de Austria. Las Baleares por la palabra y el grabado. Mallorca: Parte General. Ed. Sa Nostra, Caja de Baleares. Palma de Mallorca. 1.982.
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