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“Véanlo tal como ha permanecido durante meses, al abrigo del viento y de las olas delante de la tranquila Abazia.
Lo vemos iluminado por los rayos del sol ardiente, mientras que el camino que lleva al viejo puerto cubierto por los robles que embellecen la costa se halla bajo una oscura sombra.
Un barco es, en resumen, como un pequeño mundo independiente, parecido a un domicilio terrestre, pero teniendo además la ventaja que a él se adhieren los recuerdos de los países a los que ha viajado. Más viaja uno, y mas se enriquece la corona de recuerdos y el barco se transforma en caleidoscopio en el que pasan imaginariamente los miles de barcos que se cruzaron con él.
Es una casa de campo que no tiene pendientes, ni jardín descuidado, ni bosque disecado que cae con melancolía, pero sí una casa de campo en el centro de una juventud eterna, pues sólo el mar, en nuestra tierra, permanece siempre joven.”
Archiduque Luis Salvador de Austria, Feuilles volantes d’Abazia, P. Ollendorf, Paris, 1887
Y ¡qué les podríamos contar de la vida en un barco! Casa en perpetuo movimiento, gran caja de aprendizaje y, al mismo tiempo, y necesariamente, casa sin raíces. Presente en todos los lugares y en ninguno.
Y ¡el mar! La juventud del mar, ¿ eternidad?, nos equivocaríamos seguramente si nos dejáramos seducir en exceso por el mar. Como decía Conrad, aunque en un contexto ligeramente diferente, el mar no es muestro amigo… Quizás produzca fascinación pero, sobre todo, mucho respeto.
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