“Las pequeñas casa de Ginostra (‘Inostra), en total unas cincuenta, están provistas de astricu de columnas; en lugar de priegula hay matas de cannazzoli, y bancos en pared alrededor.
Es un lugar muy tranquilo, esta Ginostra, accesible casi sólo por mar, un bendito rincón donde casi siempre se escucha el agradable canto de los pájaros, pero situada bajo el amenazante volcán, cuyas erupciones estropean el entorno, pues todo lo que tocan las ardientes lavas de lava acaba quemado.
La penúltima vez que me detuve en Ginostra era una tarde tranquila de verano. El sol se ponía en un mar de oro, arriba en la roca destacaba la silueta del buen sacerdote sobre un cielo casi también dorado, como una figura iluminada, mientras con el sonido de la campana hací salir a la gente de todos los rincones, los coloridos muccadori de las mujeres contrstaban fuertemente con las oscuras rocas. El esperó hasta reunir a todos los del lugar, y cuando ya estuvieron todos, comenzó la oración.
Si no hubiese dado, al volver por la sacristía, con un féretro, que me demostró que en Ginostra también se muere, hubiese creído estar, entre estas buenas gentes de verdadera fe, ya en el cielo (p.32)”.
Archiduque Luis Salvador, Islas Lípari, 1895, Traducció Associació Amics de l’Arxiduc, 2008
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