Islas Lípari / Eólicas

Una anécdota

“Dominando la orilla rocosa del Pignataru, hay una pequeña casa, rodeada de chumberas, en cuyas proximidades crecen algunos limoneros y naranjos. Me gustaba sentarme en aquel aireado astricu con la idílica panorámica de Lípari, la rocosa Vulcano y la lejana Sicilia. Repetidas veces ahbía anclado yo cerca de allí, hasta que un día se me ocurrió comprar el pequeño trozo de tierra. Con este fin llamé al propietario, un honrado campesino viejo, y le di a conocer mi propósito mientras él escuchaba en silencio. Yo pregunté cuánto quería por ello, a lo que él respondió que no sabía cuál era el valor de su propiedad. Yo le propuse entoonces que calculase el valor del pequeño trozo y la casa, y le prometí que le pagaría el doble del precio estpulado. Por la tarde volvió el campesino y me comunicó que, tras muchas discusiones, había recibido una respuesta afirmativa por parte de sus hijos.

Tres meses después eché de nuevo el ancla en el Pignataru. El astricu de la casa estaba adornado como para una fiesta, las muchachas se habían anudado al cabello su mejor mucadori y parecían estar esperando con anhelo mi llegada; yo me alegraba ante la idea de poder sentarme en mi astricu. Apenas había bajado a tierra cuando se me acercó el viejo campesino y me dijo: “Señor, yo le pido perdón. Usted quiere pagarme el doble por el terreno y la casita, y sólo por ello le puedo estar agradecido. Pero desde que lo he vendido, está angustiado mi corazón, ¿cómo puedo separarme del terruño que heredé de mis padres? Mis hijos me dicen que el terreno es lo suficientemente grande como para construir en él cuatro casitas más, y entonces podría vivir todos junto a mí. Yo no quiero romper la palabra que he dado y le pido por favor que me libere de ella”.

“¡Oh buena y honrada gente – dije yo – si esto es lo que queréis, terreno y casa seguirán siendo vuestros! ¿Cómo iba yo a arrebataros lo que vosotros tanto amáis?”.

“Señor , al haber accedido al favor solicitado me das valor para pedirte un segundo, sin cuya satisfacción el primero quedaría sin valor. La casa sigue siendo mía, pero yo quiero que también sea tuya”.

Desde entonces han pasado muchos años y cada vez que vuelvo a echar el ancla allí, paso algunas horas en el astricu, me deleito con la encantadora vista y converso con las buenas gentes o escucho los alegres sones de la pandereta, que resuenan en las cercanas paredes rocosas, acompañados por el canto de rítmica manera”.

Archiduque Luis Salvador, Islas Lípari, 1895, Traducció Associació Amics de l’Arxiduc, 2008

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