“En la terraza de la muntanyeta de Son Moragues (en Mallorca), la desafortunadísima Emperatriz se sentó a reposar un minuto junto a su primo. “Para saborear la vida – le dijo repitiendo su última cantinela – es preciso convertirse en algo impracticable para los otros hombres, una isla, pues los hombres no hacen más que dañar el encanto de las cosas. Solamente allí, donde no alcanzan ellos, las cosas solitarias conservan su belleza primitiva y eterna”.
March Cencillo, J., El Archiduque, Biografía ilustrada de un príncipe nómada, Ed. La Foradada, 1991