Pitiusas

   

Un día en Ibiza

17/05/2012 2:40:46

Al filo de las seis se baja el puente levadizo de la ciudad, restableciéndose así la comunicación con la Marina, interrumpida desde las diez de la noche anterior. Y es a partir de ese momento cuando se anima verdaderamente la escena.

A esa misma hora llegan también los pescadores, quienes exponen en la pequeña nave al efecto el resultado de su pesca, no pocas veces provista de capturas ciertamente hermosas. Todavía no han hecho aparición los ciudadanos propiamente dichos, acogidos aún al plácido sueño de las primeras horas del día. Por fin, antes de salir de casa se desayunan con un café negro o chocolate, en el que mojan una especie de bollo, de nombre ensaimadas o un pan blanco, malo, parecido al de Lombardía. No es hasta la conclusión del mercadeo cuando aparecen algunos señores distinguidos, que pasean y curiosean sin especial propósito, hasta que llega el momento de reunirse en tertulia en la farmacia o en cualquier otro establecimiento.

Eivissa carece de puntos de reunión social: no ha de extrañar, pues, que la fonda de Miguel Gavara se haya convertido en el lugar de tertulia por antonomasia. Las gentes más diversas se reúnen ahí, para tomar en animada charla las más variadas bebidas. Unos gustan de una copa de Rosoglio o de vino dulce, otros prefieren un refrescante vaso de almendrada o de leche de almendra amarga, y los hay que se contentan con un simple vaso de agua en el que mojan un esponjoso azucarillo hecho de clara de huevo y azúcar.

Es al mediodía cuando reina en la ciudad la calma máxima. Todo el mundo permanece encerrado en las casas, y sólo rara vez se ve a alguien deambulando con paso lento y siempre en busca de la sombra.

Cuando empieza a refrescar son muchas las personas que van a bañarse, aunque no parece que se tenga aquí tanta afición por los baños de mar como en otros sitios, habida la cuenta de que no se ha dispuesto siquiera un lugar apropiado para hacerlo con toda comodidad. Los jóvenes suelen acudir al pie de la colina de Eivissa, que queda abierto al mar. Aquí el constante romperé de las olas ha formado una especie de bañera o piscina natural en la roca caliza.

Terminado el baño, los hombres suelen pasear por el muelle entre siete y ocho. Algunos funcionarios de Capitanía del Puerto permanecen sentados a la puerta de sus oficinas, mientras pescadores y marineros forman por doquier grupos pintorescos, seriamente ocupados, al parecer, en expulsar con grandes soplos el humo blanquecino de sus cigarrillos.

Con la anochecida va disminuyendo poco a poco el número de transeúntes. Aquel mozo que anduvo hasta ahora de aquí para allá, enorme garrote de sabina en ristre, busca al pronto emociones más dulces en casa de su novia, a la que se dirige ufano mostrando en la solapa la marchita flor de jazmín que aquella arranca para él con especial esmero de su planta favorita. Los mayores, entretanto, se adentran en el Casino para sumirse en el goce de las noticias mundanas que les proporcionan unos cuantos periódicos ya viejos y harto manoseados, cuya información no alcanza jamás perturbar en modo alguno la sosegada vida de la isla. En la Fonda Guevara se reúne otro grupo, para embarcarse en prohibidos juegos de naipes hasta bien entrada la noche.

Cuando cerrada la noche las gentes se han rendido al descanso, sólo nos cabe apreciar el fantasmagórico revoloteo de innumerables murciélagos, el rotundo canto de la lechuza y el murmullo de las olas.

Archiduque Luis Salvador de Austria. Las Baleares por la palabra y el grabado. Primera parte: Las Antiguas Pitiusas. Ed. Sa Nostra, Caja de Baleares. Palma de Mallorca. 1.982.

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